Este inmueble construido hacia 1850 era de doña Teresa de Jesús Cepeda y Luna, esposa de Juan Hernández, quien integrara los grupos adinerados de la villa espirituana a mediados del siglo XIX. Debido a las políticas tributarias españolas y las crisis económicas de la época, luego de contraer varias deudas, entre 1866 y 1870 la señora pidió préstamos a varios comerciantes de la villa, entre ellos a Alejandro Grajirena.
Cuando doña Teresa falleció, Grajirena les dio prórroga a los herederos para que saldaran el débito, pero estos no pudieron y sufrieron el embargo de la casona, que se llevó a remate público en 1874 en un acto solemne en el que el inmueble fue adjudicado a Grajirena cuando no se presentó ningún postor.
Grajirena vendió el inmueble a doña Rosa Catalina Guerra Cardona, quien vivió allí por algunos años. En 1906, Rosa, con más de 60 años, se casó con Grajinera, el cual murió antes del mes de haberse celebrado el matrimonio. Rosa Catalina había hecho testamento común con su efímero esposo; pero lo modificó en 1919 y dictó que su sobrina, Carlota Domínguez Guerra, con quien vivía, adquiriría la morada y la terminaría de pagar; y dejó montos de dinero para Porfiria Olazar, conviviente también en la vieja casona y para su sobrina segunda Concepción Peraza Montalbán, residente en Tampa, EE. UU. Esta última se adjudicó la mansión al no poder pagar Carlota el compromiso heredado, lo cual no fue óbice para que ambas quedaran como usufructuarias vitalicias de la vivienda.
En 1943 la casona fue vendida al médico Eduardo Ramón Ángel Sainz Pérez. Sus herederos vivieron allí más de 40 años hasta que uno de ellos, Luis Sainz, vendió la vivienda a la Dirección Provincial del Banco Popular de Ahorro.
Vistas de la cuadra
Fuente:
Nuevos apuntes sobre las construcciones espirituanas - Maria A. Jimenez Margolles y Javier Leon Valdes
Fotos de archivo
Fotos de Arturo Delgado Pruna
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